lunes, 5 de marzo de 2007

. · . guerra en la ficción del futuro pasado . · .

-¡Mire! -exclamó Montag.

Y la guerra empezó y terminó en aquel instante.

Posteriormente, los hombres que estaban con Montag no fueron capaces de decir si en realidad habían visto algo. Quizás un leve resplandor y movimiento en el cielo. Tal vez las bombas estuviesen allí, y los reactores, veinte kilómetros, diez kilómetros, dos kilómetros cielo arriba durante un breve instante, como grano arrojado desde lo alto por la enorme mano del sembrador, y las bombas cayeron con espantosa rapidez y, sin embargo, con una repentina lentitud, sobre la ciudad que habían dejado atrás. El bombardeo había terminado para todos los fines y propósitos, así que los reactores hubieron localizado su objetivo, puesto sobre aviso a sus apuntadores a ocho mil kilómetros por hora; tan fugaz como el susurro de una guadaña, la guerra había terminado. Una vez soltadas las bombas, ya no hubo nada más. Luego, tres segundos completos, un plazo inmenso en la Historia, antes de que las bombas estallaran, las naves enemigas habían recorrido la mitad del firmamento visible, como balas en las que un salvaje quizá no creyese, porque eran invisibles; sin embargo, el corazón es destrozado de repente, el cuerpo cae despedazado y la sangre se sorprende al verse libre en el aire; el cerebro desparrama sus preciosos recuerdos y muere.

Resultaba increíble. Sólo un gesto. Montag vio el aleteo de un gran puño de metal sobre la ciudad, y conocía el aullido de los reactores que le seguirían diciendo, tras de la hazaña: Desintégrate, no dejes piedra sobre piedra, perece. Muere.

Hay un tiempo para todo. Sí. Una época para derrumbarse, una época para construir. Sí. Una hora para guardar silencio y otra para hablar. Sí, todo. Pero algo más. ¿Qué más? Algo, algo…


Fahrenheit 451, Ray Bradbury




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